(To read this text in English: https://puyuelo.org/march-2025/)
Como siempre, tengo que empezar esta carta con las disculpas habituales por que haya pasado tanto tiempo entre la última edición y ésta. Esta vez, sin embargo, no se debe a que hubieramos estado tan ocupados que no haya podido encontrar tiempo. No. A pesar de que la última edición podría haber sido la más esperanzadora que he escrito hasta ahora – les conté que buscábamos gente nueva y que queríamos abrir nuevos capítulos en Puyuelo-, las cosas cambiaron en otoño. De forma bastante inesperada, nuestro grupo se enfrentó a una crisis, un conflicto estructural e interpersonal entre nosotros que se agravó y nos enfrentó a un serio desafío.
A estas alturas ya sé que un proyecto como éste va por oleadas. Como la vida misma, las cosas están en constante cambio. Eso significa también que esta carta es una imagen de hoy, que puede volver a ser muy diferente dentro de un par de meses. Sin embargo, me apetecía escribirla ahora. En parte porque quiero que la imagen que proyectamos sea honesta, en buenos y en malos momentos. Durante demasiado tiempo he enfocado la historia de Puyuelo como la del ascenso exitoso de una comunidad jovén. Intento cada vez más alejarme de esa historia, para abrirme al enorme valor de lo que realmente es, aunque sólo sea un capítulo de nuestras vidas. Por encima de eso creo que todos los que lleváis un corazón cálido por Puyuelo podéis ayudarnos. Ya sea simplemente enviándonos algo de buena energía, escuchando a alguno de nosotros, leyendo esta carta y haciendo algo con ella en vuestra propia comunidad, no lo sé. Cada vez estoy más convencida de que todas trabajamos en algo parecido a un campo sociocultural global, demasiado complejo para comprender y difícil de expresar con palabras, pero siento que cada pequeña piedra que movemos puede tener muchas más consecuencias de las que solemos ver.
Existe una teoría sobre la vida colectiva que considera a un grupo como una especie de organismo autorregulado, un organismo que siempre creará conflictos como medio para evolucionar a la siguiente fase. Digamos que algo no funciona bien. Un conflicto surgirá y lo ideal es tomarlo como una invitación a ver qué falla y buscar una salida colectivamente. Lo ideal es que, en cualquier conflicto, un grupo consiga mantener la calma y se pregunte: «¿Qué viene a contarnos este conflicto?». Esa es la teoría. Sin embargo, a menudo, cuando estás en medio de la tormenta, todo se vuelve muy confuso y se requiere de mucho trabajo y energía (tanto individual como colectiva) para buscar una salida. A mí personalmente, durante la primera mitad del invierno, me llevó a una especie de estado esquizofrénico. Por un lado, estaba disfrutando mucho de mi vida personal, ya que sucedían muchas cosas al mismo tiempo. Por otro lado, nuestro grupo tenía problemas y eso se sentía como una nube negra por encima de todo. No voy a entrar en detalles. Son nuestros trapos sucios y, de todos modos, sólo tendrías mi versión. Lo que sí puedo hacer es darte una imagen de la historia estructural que leo en todo esto.
El otro día, mientras estaba despierto en la cama, intenté imaginarme nuestro empeño como un viaje en coche. Subimos, sabiendo dónde estaban el acelerador y el volante. Al fin y al cabo, al principio éramos cuatro hombres, moldeados y formados en una sociedad patriarcal, convencidos entonces de que la mera conversación y el trabajo físico (el volante y el acelerador) nos impulsarían hacia nuestros sueños utópicos. Al principio no encontrábamos consenso sobre lo que queríamos ser exactamente y, desde luego, no estábamos de acuerdo en la forma de llegar hasta allí. La sociedad en la que crecimos era la del acelerador y el volante. De ir hacia delante, con prisa y con eficacia. Hablar y trabajar es lo que rige cualquier empresa o asociación, ¿no? En muchos aspectos eso funcionó. Hemos avanzado mucho y podemos estar orgullosos de nuestro trabajo. Pero sí, no somos una organización jerárquica. No tenemos un objetivo tan fácil y claro como muchas empresas. Nuestras metas no son lineales, como tampoco lo son nuestras vidas individuales.
Volvamos al coche. Imaginemos que no llevamos puesto el cinturón de seguridad. Falta una de las ruedas. Surge la discusión sobre quien de nosotros es el mejor conductor y hasta si eso debería ser una discusión o no? La carretera está llena de baches y obstáculos imprevistos (el camino de hacer algo diferente a lo que dicta la sociedad no está, obviamente, pavimentado con asfalto nuevo). Nadie sabe qué dirección poner en el GPS. Olvidamos rellenar el nivel de aceite antes de partir. Y ahí vamos, como una bola rodante de caos, con la esperanza de llegar a un final pacífico. Esa metáfora la inventó Félix y la puso en dibujo Moritz, como se ve aquí abajo. Por el camino, mientras nos golpeábamos la cabeza contra el techo o incluso a veces nos lanzábamos de frente contra la ventanilla, aprendimos al menos algunas cosas. Encontramos los cinturones de seguridad y aprendimos a esquivar mejor los baches más grandes. En algunos aspectos descubrimos que, si no cambiamos conscientemente, es muy probable que reproduzcamos aquello para lo que nuestra cultura nos programó. Cada vez está más claro que tenemos cinco personas diferentes a bordo. Cinco personas con sus propios traumas, defectos, puntos fuertes, sombras, cambios de humor, sueños y deseos. Además, esas personas cambian con el tiempo. Las ideas van y vienen, los caracteres se pulen, las relaciones mejoran o empeoran.

Personalmente, estoy cada vez más convencido de que lo que nos ha ocurrido en los últimos meses es que cada vez somos más conscientes de la locura de este viaje, de la necesidad de tomárnoslo más en serio de lo que pensábamos en un principio. Vivir y trabajar juntos de forma sostenible durante mucho tiempo parece requerir un trabajo proactivo psicológico, emocional y racional. No basta con reuniones razonables y trabajo duro. Lo que puede servir es un conjunto de herramientas de trabajo en común mucho más amplio del que hemos utilizado hasta ahora. En las últimas semanas empezámos a experimentar con distintos formatos. Escucha activa, reuniones centradas en nuestra realidad emocional, sesiones de facilitación con profesionales: cuidadosos esfuerzos hacia una forma más holística de mantener nuestro equilibrio social. Por desgracia, llevamos cinco años subidos a ese carro de una forma bastante imprudente. Hay magulladuras, viejas heridas, cansancio, conflictos mezquinos con los que lidiar. Y sinceramente esta es mi opinión, no estoy seguro de que haya consenso al respecto o de que a todo el mundo le apetezca hacer todo ese esfuerzo. En las próximas semanas y meses nos enfrentaremos a la difícil tarea de convertir nuestro vehículo en algo más sólido, cambiar su dirección y, al mismo tiempo, reconciliarnos con los fantasmas del pasado.
Estoy seguro de que muchos de ustedes se hacen la pregunta de por qué uno estaría tan loco como para embarcarse en un viaje tan agotador y complicado. ¿Especialmente si la sociedad te ofrece un reluciente Tesla y kilómetros de autopistas en perfecto estado? Muchas veces, cuando explico a la gente nuestras dificultades, suspiran, me miran y dicen algo así como «he intentado vivir con gente, pero es imposible». Entiendo de dónde viene esa decepción. Personalmente espero no llegar nunca a ese punto y, si lo hago, al menos no proyectarlo en los jóvenes, ya que para mí, uno de los mayores retos de la humanidad, es aprender a convivir de nuevo. Aunque algunos proyectos fracasen y terminen prematuramente, estamos resolviendo parte de ese rompecabezas: ¿cómo, en el siglo XXI, con individuos criados en esta cultura, con el poder financiero para valerse por sí mismos, conseguimos volver a construir algo colectivo? ¿Cómo formamos una estructura resistente, basada en la autosuficiencia, en la ayuda mutua, en una relación respetuosa con nuestro entorno?
Hemos vivido así durante siglos en condiciones muy diferentes. Y aunque estoy convencida de que aquello tampoco fue un paseo, la vida sobre el terreno en Puyuelo me ha enseñado que hemos perdido cosas que a la gente moderna nos cuestan imaginar. Una relación con la tierra en la que vives, un sentimiento de pertenencia, de apoyo mutuo, una existencia arraigada en el ritual y la tradición, una vida a lo largo de las estaciones o cerca de otros animales, la convivencia con la sabiduría de los mayores, de los chamanes o las brujas. Puede que seamos hijos de la cómoda sociedad Tesla, sí, pero también de una sociedad en la que cosas como la soledad, el agotamiento, la destrucción natural o la desigualdad extrema están alcanzando niveles sin precedentes. En fin. Si no te haces la pregunta de por qué harías algo tan complicado y exigente, puedo prometerte que todas nosotras tenemos que enfrentarnos regularmente a esa pregunta. Y no siempre es sencillo.
Hasta ahora, sin embargo, me he visto impulsada una y otra vez a volver a la firme convicción de que todo esto merece más que el tiempo y el esfuerzo. Ahora, al final del invierno, vuelvo a ser optimista y esperanzada. Miro el estado del mundo y siento que mi camino está aquí, en esa larga y complicada lucha. Ese sentimiento me abandonará de nuevo durante ciertos periodos, sin duda, pero lo que espero es que siempre encuentre el camino de vuelta a él. Que nunca acabe en un punto de cinismo irreversible. Me parece un buen reto, porque cuanto más envejecemos, el mundo parece más grande e inmutable, y nuestra vida personal parece cada vez más insignificante. Al menos si sólo nos fijamos en los efectos directos. En silencio he llegado a llamar a eso «el salto narrativo», nuestra responsabilidad personal de construir una historia en torno a nuestra vida que nos mantenga cerca de lo que considero mis principales aliados: la confianza, la esperanza, la curiosidad, el juego, el humor: los poderes de la VIDA.
He aquí un pequeño resumen de los principales pilares en los que me apoyo (me doy cuenta de que los escribo parcialmente como recordatorio para mí misma).
– El sentimiento de comunidad que siempre recupero. Este año, James y yo celebramos la Nochevieja con algunos de nuestros mejores amigos, Seba, Marieke, Saco e Ingel, en Francia. Por un momento me pregunté por qué no viviría con ellos. ¿No es todo maravillosamente fácil? Pronto, sin embargo, reconocí que lo que siento por mis amigos de Puyuelo es ya algo muy especial, algo que está entre amistad y familia. Hemos nadado por muchas aguas difíciles y hermosas. Todos hemos visto la sombra y la luz del otro. Eso me da un profundo sentido de pertenencia como la sensación de estar respaldado por grandes personas. Si eso es algo parecido a una comunidad, últimamente, a pesar de los tiempos difíciles, a menudo me he sentido agradecido por haberla encontrado. Es más, a estas alturas estoy convencido de que en cualquier grupo de personas, aunque sean los mejores amigos, surgirán fricciones en algún momento. Ninguno de nosotros es perfecto. Una larga convivencia hace imposible no enfrentarse a nuestras sombras individuales. Lo que se obtiene a cambio es algo increíblemente hermoso, pero siempre requerirá esfuerzo mantenerlo.
– Por el estado del mundo. Desde que llegamos aquí las cosas parecen volverse cada vez más aterradoras. Guerra, gobiernos de derecha en ascenso, locura climática, una larga lista de evoluciones que me hacen temer que nuestro futuro colectivo sea cada vez más imprevisible. Para mí, la autogobernanza a pequeña escala es una respuesta poderosa a lo que veo fuera. Creo en las personas empoderadas. Personas que entienden y se relacionan con su entorno inmediato. Personas que sienten que pueden controlar el curso real de su vida. Personas que construyen relaciones dinámicas entre ellas, desafiando así sin cesar su status quo personal y colectivo.
– Porque cada vez estoy más convencido de que la familia nuclear, una invención de los últimos 150 años, no es el único modelo viable para vivir. Es más, es sobre todo el que mejor se adapta al sistema económico actual, no a la condición humana en general. Dos personas, una casa y su hipoteca, bienes materiales y servicios individualizados.
«El capitalismo y el patriarcado juntos, como estructuras de dominación, han trabajado horas extras para socavar y destruir esta unidad mayor de parentesco extendido. La sustitución de la comunidad familiar por una pequeña unidad autocrática más privatizada contribuyó a aumentar la alienación e hizo más posibles los abusos de poder. Otorgaba el gobierno absoluto al padre y el gobierno secundario sobre los hijos a la madre. Al fomentar la segregación de las familias nucleares de la familia extensa, las mujeres se vieron obligadas a depender más de un hombre individual, y los niños a depender más de una mujer individual. Es esta dependencia la que se convirtió, y es, el caldo de cultivo de los abusos de poder». (Bell Hooks – all about love).
– Por lo que ya hemos conseguido crear. Este es un lugar tremendamente bonito, todos disfrutamos de la vida aquí al máximo y crecemos a nuestra manera en la direccion que nos gusta. En este momento sigue habiendo una gran diferencia entre nuestra parte trasera (el problema estructural) y la delantera (la vida diaria aquí, los visitantes, la amistad y la buena voluntad que seguimos sintiendo). Ahora estoy convencido de que Puyuelo existirá al menos un par de décadas más, con o sin nosotros, y lo veo como una gran oportunidad para crear los cimientos sobre los que se sostendrá, para nosotros o para la gente que vendrá después. Este lugar tiene un potencial que no deja de humillarme, y creo que hasta ahora sólo hemos logrado materializar una fracción de él.
Bueno. Hasta aquí la parte pesada y sermoneadora de esta carta. Espero poder traeros algo más de humor en la próxima edición. Permítanme terminar con una pequeña reseña de lo que cualquiera de nosotros ha estado haciendo, para honrar el dulce cotilleo.
Este invierno, como de costumbre, reducimos la vida pública en Puyuelo y nos hemos retirado a nuestros quehaceres más personales.
A principios de invierno, Felix le regaló un torno de alfarero a Moritz. Desde entonces, con su habitual dedicación a la artesanía, el hombre ha estado dándole vueltas a su torno y mejorando sus habilidades. Más de una vez le he visto sentado en el porche de su casa al anochecer, con temperaturas cercanas al punto de congelación, con las manos en la arcilla fría o en el agua. A mediados de enero se fue a Marruecos con un amigo, ahora está en Alemania visitando a amigos y familiares.
Aly terminó su habitación, pasó las vacaciones con amigos en Francia y luego volvió a Puyuelo. Un día vi un tablero de madera torpemente construido en un rincón de su salón. Cuando le pregunté qué era, me espetó que, «como siempre», era demasiado curiosa, y que iba a convertirse en una mesa. Al día siguiente, un impresionante mapa de Puyuelo pintado a mano apareció en esa misma tabla de madera en la plaza del pueblo. Supongo que te haces una idea: a puerta cerrada debe de estar creando todo tipo de maravillas artísticas. Si no fuera vegetariana, estoy seguro de que desayunaría con gusto a bastardos curiosos como yo. Que sirva de advertencia para todos los curiosos que hayáis conseguido llegar hasta aquí en esta carta de noticias.
Felix desapareció a su planeta favorito: Zork, donde escribe y piensa en compañía de un grupo de controvertidos teóricos del complot y psiconautas. Su nueva banda sonora, música rock alemana antifascista, mantiene alejados a la mayoría de los seres vivos dotados de aparato auditivo, así que consigue tanto soledad como inspiración (cuando Laura está con él, le obliga a escuchar con auriculares). El otro día pude leer el primer borrador de su último ensayo. Un análisis de 40 páginas sobre el Estado y la economía que me dio ganas de volver a encender proyectos revolucionarios este año. Una lectura obligada para cualquiera que quiera mudarse a una colina fangosa en el quinto **** y sentir que eso era la decision absolutamente adecuada a principios del siglo XXI.
James y Ella se recuperaron de la obra este verano convirtiéndose en campeones de crucigramas de Puyuelo en muchas frías mañanas de invierno. Después de mi victoria de 12-1 en el Scrabble durante el invierno de 2023, tuve que enfrentarme al terrible hecho de que el señor Sweetlove parece haber mejorado bastante y me dio una buena paliza en las dos últimas partidas que jugamos. Este verano tienen el plan de ir a Suiza y trabajar como pastores en los Alpes.
Yo mismo me he enfrentado de nuevo a mi novela. Como de costumbre, floto entre la agonía total («todo esto es una mierda y nunca se publicará») y la megalomanía psicópata («soy el escritor más importante de la península ibérica y aspiro nada menos que al premio Pullitzer a la mejor primera novela»). Normalmente, ese movimiento de ida y vuelta se produce a la asombrosa velocidad de 700 oscilaciones por semana. Supongo que entiendes por qué decidí hacer otro curso de meditación Vipassana en enero para mantener de algún modo la ecuanimidad budista en esta tormenta creativa. Como de costumbre, diez días de silencio me trajeron mucha inspiración, y esta vez hice trampa en una regla al entrar de contrabando un pequeño cuaderno. Durante el curso, me escondí tres veces en el retrete para garabatear rápidamente algunas cosas. En los últimos meses, las visitas regulares de Lisa también me ayudaron a mantenerme cuerdo y sano.
En cuanto al futuro, a pesar de los problemas, este año tiene todos los ingredientes para ser interesante. Todas estamos más o menos cómodamente instaladas y queremos emprender algunos proyectos comunes. En nuestra lista de deseos figuran, entre otras cosas: una lavadora (¡por fin! ¡Revolución!), una reforma seria de la casa común, un sistema de agua caliente, jardines más grandes y mejores… Este verano también celebramos el quinto aniversario de nuestro proyecto. Por eso, el 12 de julio tendremos el honor de recibir a La Ronda de Boltaña, la famosa banda de música tradicional de nuestra provincia que canta a los pueblos abandonados y a la belleza de los Pirineos. Sin duda será un día precioso y especial. Ven a celebrarlo con nosotros si quieres.
Así que… Como esto se ha convertido accidentalmente en una carta de noticias bianual, me siento un poco menos culpable por haberos lanzado cinco pesadas páginas. Espero que a todos os vaya bien en vuestros respectivos proyectos vitales. Pensad en nosotros de vez en cuando cuando os acordéis de Puyuelo y, como siempre, no dudéis en pasaros por aquí este año. Las cosas siguen muy bien sobre el terreno. Estoy seguro que todos haremos lo que podamos para intentar seguir en pie con el proceso de nacimiento del próximo capítulo, sea como sea.
Con amor,
Pablo, Aly, James, Felix y Moritz.
Puyuelo, marzo de 2025
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